Santo(s) del día:
San Pedro Claver
Santo Evangelio según San Marcos 7,
31-37.
En aquel
tiempo, Jesús se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por
Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un
sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la
mano sobre él. El, apartándole de la gente, a solas, le metió sus
dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando
los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere
decir: «¡Ábrete!» Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó
la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó
que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto
más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían
«Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los
mudos.»
Meditación:
El
punto central de este episodio es el hecho de que Jesús en el
momento de realizar la curación, busca directamente su relación con
el Padre. El relato dice, de hecho, que Él "mirando hacia el
cielo, suspiró". La atención al enfermo, la atención de Jesús
hacia él, están vinculados a una actitud profunda de oración
dirigida a Dios. Y el suspiro se describe con un verbo que en el
Nuevo Testamento indica la aspiración a algo bueno que todavía
falta. El conjunto del relato muestra que la implicación humana con
el enfermo lleva a Jesús a la oración. Una vez más surge su
relación única con el Padre, su identidad de Hijo Unigénito. En
Él, a través de su persona, se hace presente la actuación benéfica
y sanadora de Dios. No es un caso en el que el comentario conclusivo
de la gente, después del milagro, recuerde la valoración de la
creación en el inicio del Génesis: "Ha hecho bien todas las
cosas". En la acción sanadora de Jesús, entra de un modo claro
la oración, con su mirada hacia el cielo. La fuerza que ha sanado al
sordomudo está ciertamente provocada por la compasión hacia él,
pero proviene del recurso hacia el Padre. Se encuentran estas dos
relaciones: la relación humana de compasión con el hombre, que
entra en la relación con Dios, y se convierte así, en curación.
Benedicto XVI, 14 de
diciembre de 2011.
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